Flechado por la pasión de multitudes desde siempre y para siempre, Fontanarrosa no sólo es capaz de quedarse en su habitación de hotel en una soleada tarde de París porque televisan un partido entre el Galatasaray y Feyenoord (además, amistoso), sino que practicó hasta hace muy poco tiempo el fútbol amateur en ligas barriales de su Rosario natal.Y, como rosarino, hizo su opción: entre leprosos y canallas, eligió a éstos como una instancia vital. Pocos ignoran que es hincha de Rosario Central, pero esta devoción no le impide disfrutar con las artes futbolísticas de cualquier equipo de las exhiba, así fuere parándose ante un baldío donde los arcos están marcados por bolsos.
De nada serviría toda esta formación si el excepcional oído, la imaginación y el humor desbordante del Negro; su captación de la jerga coloquial de los aficionados el instrumento; los argumentos vienen de un enriquecimiento de la realidad coloreada con la sátira y el pastiche, esto último a partir de los estereotipos de los periodistas deportivos.
Desde los cuentos primeros, incluidos en Los trenes matan a los autos, hasta los más recientes, de Una lección de vida, se traza una parábola de la que gozarán tanto los devotos de Hemingway como los seguidores de Víctor Hugo Morales; sin pasar por alto, eso sí, a quienes comulgan ante el altar de Aldo Pedro Poy.
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